Ilustración: Mayumi Haryoto
Despertó molesta, no sabía porqué pero nada le complacía, ni siquiera la estupenda noche que pasaron juntos, “Anoche dije muchas pendejadas”, pensó para sí misma y la simple idea le remordió la conciencia, Cosas que no debí decir. En la bruma de la ensoñación trató de identificar las sombras, las distancias, los rumores de la calle, Ha de ser la una de la tarde, dijo acostumbrada a guiarse por otros relojes. Extendió la mano y nada, le respondió el vacío, un espacio tibio de sábanas revueltas donde él había pasado la noche. “Estoy sola”, pensó sin saber si se refería a la noche en sí o a la vida misma, esa idea le molestó aún más. Ahora no sabe qué hacer, quisiera que, al menos, esta terrible sensación de soledad fuera también un sueño.
Al agitar la pereza se asoma al balcón como le es habitual, poco le importa estar desnuda bajo el vestido que usa para dormir “¿dónde habrán quedado mis calzones?”, lo piensa durante un segundo y después toma fuerzas para salir al balcón a observar la calle. Bajo sus pies un ir y venir de personajes en muchas lenguas ajenas se sucedía, hombres de otras latitudes, hombres morenos con sus costumbres y sus lenguajes, alguna otra mujer que sería la antítesis de ella misma en la actitud y en el vestuario, algún curioso que la espiara por la ventana de enfrente, conocedor de sus costumbres, disfrutando del espectáculo de su bella imagen al despertar. El curioso sabe que ella se presenta casi desnuda al balcón a mirar a la gente, casi siempre a la misma hora, el curioso supondría lo que ocurrió anoche tras esa ventana cubierta únicamente por la persiana y que desveló todos los sonidos de una noche intensa, el curioso habría visto al hombre salir unos minutos antes, lo habría visto caminar tranquilo por la calle, voltear a mirar al balcón por cinco segundos para ver si ella se percataba de la ausencia y se asomaría a buscarlo entre la gente como ahora mismo, el curioso habría visto al hombre alejarse por la calle sin un rumbo fijo, perdido entre un mar de ideas y de gente de esa misma gente que ahora ocupa el rumor bajo los pies de ella. Minutos después, ese mismo curioso habría visto a la chica salir al balcón, observar la calle para tratar de encontrarlo. Nadie. No hay nadie. Ella lo piensa y lo sabe mientras la idea de soledad se le vuelve a alojar en la mente.
“Ayer dije tonterías de enamorada”, lo dice como quien se quiere convencer de que algo está mal. Recuerda la discusión previa, recuerda los reclamos y todas las palabras, todas y cada una de ellas, palabras escogidas por ambos como quién juega un dominó o un póquer y no quiere que los sentimientos queden revelados, “Es una discusión de novios adolescentes”, dijo él y ella soltó a reír por la idea compartida. La primera vez que lo vio jamás pudo imaginar la escena semejante. Un tipo X en una fila X de un lugar X al otro lado del mar, dando información elemental de sí mismo y obteniendo la misma información, “nos vemos allá”, le dijo como quien asume que las cosas son producto del azar. Pero eso no era lo importante. Hace meses que conocía al tipo, le agradaba, habían salido un par de ocasiones, se habrían dado un par de besos y nada más… … hasta hacía quince días.
Ese mar fungiría como testigo, frente a ellos unas olas tímidas que iban y venían como las palabras y los pensamientos, otra vez ese mar cómplice, el charco ese que habían atravesado en una suerte de azar individual. Ese primer día, el primero de los quince, el lenguaje de las olas no incluía la palabra “nosotros”; ella pensaba en lo que había dejado en esas arenas, en otras promesas, otras borracheras, otros amores. Una sucesión de fechas como San Juan, la Merced y muchas sin importancia que radicaban en el común denominador de no estar sola, la posibilidad esa que le encantaba de, aunque fuera en teoría, no tener la razón. “Vine sola y me iré sola”, dijo alguna vez, durante la discusión de novios adolescentes, y lo que obtuvo fue unos instantes de silencio, un silencio cargado de posibilidades. “¿Te quieres bañar conmigo en el mar?”, le habría dicho esa primera noche de quince, y el frío del mar y de las expectativas por cumplirse los encontraron a ambos en medio de mareas ajenas que se conjuntaban en una sola corriente de risas, miradas, caricias, besos. Esa noche los despertó una máquina y un policía a la orilla de la arena; esa noche huyeron por caminos distintos para encontrarse más tarde en medio de una promesa no hecha; esa noche fue la primera de los quince días por venir.
Ella sigue disgustada, se imagina todas las cosas que le reclamará en cuanto aparezca, particularmente el haberla dejado sola, “¿Qué? ¿Ya te dio miedo?”, la primera de las preguntas ensayadas, otra vez el silencio, ese que lo dice todo. “¿Qué es lo que vamos a hacer con esto?”, se pregunta la chica recordando sus palabras, “Lo que te nazca, lo que quieras. En este momento soy una barca a merced de tus olas,” le da risa imaginar la respuesta, es ella la barca, al menos así se siente, cree que es él quien juega con su fragilidad de esquife a la deriva, “Joder, con lo que me choca extrañar a la gente”. ¿Cómo es que se salió todo de control? Los días venideros son similares a los recuerdos: un cúmulo de viajes, noches furtivas, cenas, desamparos, risas y soledades combinadas. Se acompañaban en la soledad, eso era verdad, pero la soledad no era la misma. Todo empezó como un juego, como un escape, una necesidad por ser rescatada de otras soledades, ¿cómo carajos se salió de control? Trata de imaginar al hombre en su realidad, lo imagina al otro lado del océano vestido de traje, lo imagina lidiando con el tráfico de las 10 am o en una oficina o asistiendo a una junta de negocios, lo imagina con su mujer, con sus hijos, con una vida hecha y ajena… Quisiera hablar con él, decirle que lo lamenta, que lamenta lo que piensa, lo que le dice, lo que ha pensado decirle cuando lo vea, “dejaré de portarme así. Recuerda que de mi héroe pasaste a ser mi enemigo”, se lo dirá como quién sabe lo que sus palabras significan. Él le habría dicho alguna vez, “me gustan las palabras ¿sabes?”, A mí me gusta darles vida, respondió ella en medio de la noche para perderse en un nuevo mar de besos y sudores mutuos.
El móvil suena. Ella sabe que es él, no piensa contestar. “Es un mensaje”, dice. El curioso mirará como ella cederá a la curiosidad, la mirará tomar el celular entre las manos, la mirará reír; el curioso anhelará esa risa para él. La chica sonreirá y entrará a la habitación a poner orden a sus ideas, entre risas pondrá algo de música en el ordenador, se duchará, se pondrá bonita (porque ella es bonita y lo sabe), saldrá a la calle pensando en la cita. El curioso la mirará alejarse entre la gente, como una barca suelta entre las olas del mar.
Alfredo Peñuelas
Escritor y cineasta mexicano nacido en León, Nicaragua. Es autor del libro “Instantáneas sobre el Fin del Mundo” (Basileia) y ha participado en las antologías “Porque es pecado, no te lo doy” (UNAM-DIANA) y “México, sabe México” (Universidad de Sevilla). Ha realizado documentales para TV UNAM, ONCE TV, Ilce, Conaculta y para la UAM Cuajimalpa, además de incursionar en la publicidad como realizador de comerciales. Ha cursado estudios de Ciencias de la Comunicación en la UAM-X y es Maestro en Creación Literaria por la Universitat Pompeu Fabra de Barcelona. En octubre de este año iniciará un doctorado en Humanidades en esta misma institución. Es colaborador de las revistas “La mosca en la pared”, “Escrutinio” y “Magenta Postal”, así como del portal informativo Expresión, del diario El Financiero y del programa radiofónico Expedición W, de W Radio.